• Domingo, Abril 21st, 2013

En el quinto capítulo se habla sobre la falta de sistematización de su teoría, subrayando que sus etimologías estan sin ordenar temporalmente:

5. Su modelo reconstructivo nunca se ha expuesto sistemáticamente y ni siquiera se han ordenado las etimologías a nivel temporal

El profesor Lakarra suele seguir un esquema de redacción en el cual se exponen al principio diversas razones fonológicas y morfológicas a favor de su sistema, intercalándose diversas reconstrucciones de palabras, y en ocasiones el artículo o informe finaliza con listados más o menos largos de propuestas etimológicas. Salvo vagas alusiones a las fases denominadas «protovasco antiguo» y «protovasco reciente», y la defensa de un modelo de lengua monosilábica en preprotovasco, que evoluciona mediante el recurso a la composición de dos raíces a un sistema de bisílabos hasta dar lugar al euskera arcaico, no encontramos referencia alguna a las fechas aproximadas en las que pudieron configurarse.

En las listas de etimologías los préstamos románicos recientes, los supuestamente formados en la fase del euskera arcaico, y los del protoeuskera y preprotoeuskera se mezclan anárquicamente, sin poder entreverse ningún criterio de ordenación diacrónica. Además nunca se aportan datos acerca del contexto histórico-cultural en el que estas palabras pudieron formarse.

Lakarra parece ser de todas maneras consciente de que su forma de exponer las ideas tiene carencias evidentes, aunque no se sabe si por falta de tiempo, interés o por la razón que sea, ha preferido dejar en manos de sus colaboradores las cuestiones de justificar y poner en orden su propia teoría. Son muy reveladoras en este sentido las palabras de uno de sus discípulos (el resaltado en negrita es nuestro):

“En Martínez Areta (2003) hemos realizado un intento de clasificación de los diferentes tipos composicionales subyacentes a las numerosas formas nominales disilábicas que Lakarra (1995) descompone en dos elementos monosilábicos pero sin asignarles ningún status léxico. Por ejemplo, según él aker “macho cabrío” < *han-ger, siendo *han algo así como “animal” (cf. ahuntz “carnero” < *han-huntz, han-di “grande”…), y *ger algo parecido a “malo, maldad” (cf. oker “torcido”, maker “deforme”, puzker “pedo”…). Pero en ningún momento dice explícitamente que esta construcción fuera de la estructura nombre-adjetivo, o nombre-nombre, o de cualquier otro tipo, ni señala en cada caso cuál de los dos es el núcleo nominal. Esto es lo que hemos intentado hacer en los mencionados artículos, además de exponer una teoría plausible acerca de cómo y por qué se dio el paso del monosilabismo al disilabismo” (Martínez Areta 2008: 2).

En consonancia con esta forma tan poco rigurosa de proceder, el estilo de redacción de los artículos del profesor de Gasteiz es embarullado, y hasta para un lector avezado resulta complejo guiarse en la masa de ideas descontextualizadas, habiendo algún autor que ha definido su estilo literalmente como «farragosísimo» (Núñez 2003: 376). Creemos que estas características demuestran una total falta de sistematicidad, rigor y método, por lo que no parece que trabajando de esta manera se cumplan los más altos estándares exigidos en la investigación científica de alto nivel.

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